El desastre ocurrido en Asia por el tsunami que devastó siete países es, además de una espantosa catástrofe, una muestra del daño agravado de nuestro ecosistema. La cifra de desaparecidos y muertos recuperados asciende ya a casi 150 mil, lo cual sitúa este desastre entre los más letales en la historia humana.
El Presidente Bush se cubrió de ridículo prometiendo 35 millones de dólares en ayuda, que es menos de la cuarta parte de lo que cuesta un día de guerra en Irak. Luego, sus asesores deben haberle hecho ver que su sórdido egoísmo dañó aún más su ya deteriorada imagen y aumentó a 350 millones, lo cual todavía es una cifra irrisoria comparada con los 500 mil millones del presupuesto de guerra de los Estados Unidos.
El incendio de Londres, en septiembre de 1666, que comenzó en el horno de una panadería tuvo, al menos, la virtud de detener la Gran Plaga que estaba asolando aquella ciudad y había producido ya 17 mil muertes. En Estados Unidos se recuerda aún el incendio de Chicago en 1871 y el terremoto de San Francisco de 1906. Este último tuvo una intensidad de 8.25 en la escala de Richter, y apenas produjo setecientas víctimas, pero derrumbó 25 mil edificios y dejó sin hogar a un cuarto de millón de personas.
Hay desastres que no dejan un saldo importante de bajas humanas pero significan un punto de giro de la historia. El incendio del dirigible Hindenburg marcó un vuelco en la historia del transporte. Se pensaba entonces que los grandes aeróstatos inflados con helio constituían el umbral de una era de masivo traslado de pasajeros y el desastre puso punto final a esa expectativa. Otro tanto ocurrió con el crucero Maine, hundido en el puerto de La Habana, posiblemente por un sabotaje ordenado por el gobierno en Washington (ningún oficial importante murió, solamente marinos), que desencadenó la guerra hispano-cubano-norteamericana.
El estallido del volcán Krakatoa, en Indonesia, en 1883, provocó 36 mil muertes. Esta calamidad también desató un enorme tsunami que devastó extensas zonas de Java y Sumatra. La explosión del volcán Mont Pelée, en Martinica, el 8 de mayo de 1902, dejó una cifra de 27 mil muertes. El hundimiento del buque transoceánico Titanic produjo 1,500 muertes pero su impacto fue mayor por la prominencia de las adineradas víctimas y por la propaganda sobre la supuesta invulnerabilidad de ese navío que precedió su lanzamiento. El terremoto en ciudad México, el 16 de septiembre de 1985, de ocho grados de intensidad, dejó presumiblemente 35 mil víctimas y cien mil personas quedaron sin hogar.
El estallido del reactor número 4 de la planta nuclear de Chernobil, ocurrido en Ucrania en 1986, lanzó al aire ocho toneladas de combustible reactivo. Esa catástrofe afectó un área poblada por cinco millones de habitantes. Fue necesario evacuar, perentoriamente, a 40 mil residentes. Veinte mil personas murieron pero 300 mil sufrieron, años después, diversas formas de cáncer. Lo peor es que el territorio afectado permanecerá en estado de contaminación radioactiva durante los próximos cien mil años.
Lo más grave del desastre actual ocurrido en Asia, aparte de las pérdidas humanas, son las consecuencias mediatas. La invasión del agua salina provocará la esterilidad de vastas tierras de cultivo, a lo cual se añade la ruina de la infraestructura turística y el retraimiento del flujo de viajes recreativos, motivado por el temor a lo inesperado. Todo esto causará una fuerte contracción de los ingresos nacionales y una consiguiente ola de miseria y decaimiento económico, con una espantosa hambruna como perspectiva inmediata.
El daño al ecosistema se agravará con los años. En la actualidad se estima que entre 50 y 300 especies vegetales y animales se extinguen cada día. A escala mundial el 11% de las aves, el 20% de los reptiles, el 25% de los anfibios, el 5% de los mamíferos y el 34% de los peces están actualmente en peligro. Curiosamente el tsunami asiático no causó grandes daños en la fauna local, pues los animales se retiraron ante la inminencia del peligro.
Como si este atribulado planeta no tuviese serios problemas con la desigual distribución de la riqueza, la unipolaridad, las desorbitadas ambiciones de dominio del imperio, las guerras petroleras y las economías de la pobreza, los desastres naturales vienen a advertirnos que el ser humano debe tomar un camino más racional, inteligente y reflexivo sobre su ordenamiento social o está destinado a perecer por su propia obra destructiva
El Presidente Bush se cubrió de ridículo prometiendo 35 millones de dólares en ayuda, que es menos de la cuarta parte de lo que cuesta un día de guerra en Irak. Luego, sus asesores deben haberle hecho ver que su sórdido egoísmo dañó aún más su ya deteriorada imagen y aumentó a 350 millones, lo cual todavía es una cifra irrisoria comparada con los 500 mil millones del presupuesto de guerra de los Estados Unidos.
El incendio de Londres, en septiembre de 1666, que comenzó en el horno de una panadería tuvo, al menos, la virtud de detener la Gran Plaga que estaba asolando aquella ciudad y había producido ya 17 mil muertes. En Estados Unidos se recuerda aún el incendio de Chicago en 1871 y el terremoto de San Francisco de 1906. Este último tuvo una intensidad de 8.25 en la escala de Richter, y apenas produjo setecientas víctimas, pero derrumbó 25 mil edificios y dejó sin hogar a un cuarto de millón de personas.
Hay desastres que no dejan un saldo importante de bajas humanas pero significan un punto de giro de la historia. El incendio del dirigible Hindenburg marcó un vuelco en la historia del transporte. Se pensaba entonces que los grandes aeróstatos inflados con helio constituían el umbral de una era de masivo traslado de pasajeros y el desastre puso punto final a esa expectativa. Otro tanto ocurrió con el crucero Maine, hundido en el puerto de La Habana, posiblemente por un sabotaje ordenado por el gobierno en Washington (ningún oficial importante murió, solamente marinos), que desencadenó la guerra hispano-cubano-norteamericana.
El estallido del volcán Krakatoa, en Indonesia, en 1883, provocó 36 mil muertes. Esta calamidad también desató un enorme tsunami que devastó extensas zonas de Java y Sumatra. La explosión del volcán Mont Pelée, en Martinica, el 8 de mayo de 1902, dejó una cifra de 27 mil muertes. El hundimiento del buque transoceánico Titanic produjo 1,500 muertes pero su impacto fue mayor por la prominencia de las adineradas víctimas y por la propaganda sobre la supuesta invulnerabilidad de ese navío que precedió su lanzamiento. El terremoto en ciudad México, el 16 de septiembre de 1985, de ocho grados de intensidad, dejó presumiblemente 35 mil víctimas y cien mil personas quedaron sin hogar.
El estallido del reactor número 4 de la planta nuclear de Chernobil, ocurrido en Ucrania en 1986, lanzó al aire ocho toneladas de combustible reactivo. Esa catástrofe afectó un área poblada por cinco millones de habitantes. Fue necesario evacuar, perentoriamente, a 40 mil residentes. Veinte mil personas murieron pero 300 mil sufrieron, años después, diversas formas de cáncer. Lo peor es que el territorio afectado permanecerá en estado de contaminación radioactiva durante los próximos cien mil años.
Lo más grave del desastre actual ocurrido en Asia, aparte de las pérdidas humanas, son las consecuencias mediatas. La invasión del agua salina provocará la esterilidad de vastas tierras de cultivo, a lo cual se añade la ruina de la infraestructura turística y el retraimiento del flujo de viajes recreativos, motivado por el temor a lo inesperado. Todo esto causará una fuerte contracción de los ingresos nacionales y una consiguiente ola de miseria y decaimiento económico, con una espantosa hambruna como perspectiva inmediata.
El daño al ecosistema se agravará con los años. En la actualidad se estima que entre 50 y 300 especies vegetales y animales se extinguen cada día. A escala mundial el 11% de las aves, el 20% de los reptiles, el 25% de los anfibios, el 5% de los mamíferos y el 34% de los peces están actualmente en peligro. Curiosamente el tsunami asiático no causó grandes daños en la fauna local, pues los animales se retiraron ante la inminencia del peligro.
Como si este atribulado planeta no tuviese serios problemas con la desigual distribución de la riqueza, la unipolaridad, las desorbitadas ambiciones de dominio del imperio, las guerras petroleras y las economías de la pobreza, los desastres naturales vienen a advertirnos que el ser humano debe tomar un camino más racional, inteligente y reflexivo sobre su ordenamiento social o está destinado a perecer por su propia obra destructiva
Dos desastres en China dañan ecosistema de varios países
PARIS (AP) - China, el país más poblado del mundo y con un ritmo de crecimiento económico que le puede llevar a ser la primera potencia mundial, confirma cada día que en su carrera por el desarrollo deja en la cuneta las normas de medio ambiente y de seguridad laboral.
Dos recientes catástofres lo demuestran: mientras llega a Rusia por río una capa de benceno de 80 km altamente contaminante que dejó escapar una explosión en una fábrica petroquímica del noreste de China el pasado 13 de noviembre, el balance de los muertos por una explosión en una mina de carbón el domingo supera los 160.
En una rara admisión pública de fracaso, el gobierno chino despidió el viernes a Xie Zhenhua, jefe de protección ambiental del país, diciendo que su agencia subestimó el impacto del enorme derrame químico que envenenó el agua de millones de personas.
El escape de las cancerígenas 100 toneladas de benceno, que se prevé lleguen a la primera gran ciudad rusa entre el 9 y el 11 de diciembre, podría tener consecuencias irreversibles a largo plazo.
Si el benceno llega al mar de Ojotsk, junto a la costa este de Rusia y el mar de Japón, ''el problema de toxicidad no sólo afectaría a Rusia y China'', subrayó Lyubov Kondrateva, experta rusa.
El número dos de la Agencia rusa de Vigilancia de los Recursos Naturales, Oleg Mitvol, pidió a las autoridades locales que prohíban la pesca y el consumo de pescado durante un año en la zona rusa afectada por el benceno.
Por su parte, la organización World Wild Fund (WWF) expresó su preocupación por los daños en el ecosistema de la región, en la que el bosque alberga animales y plantas en peligro de extinción, como los tigres siberianos, leopardos, osos asiáticos pardos y negros.
El benceno también podría perjudicar a largo plazo la salud humana, advirtió Kenneth Leung, ecotoxicólogo de la Universidad de Hong Kong.
Según la Agencia norteamericana de Protección del Medio Ambiente, basta un corto período de exposición al benceno para que cause desórdenes en el sistema nervioso, afecte al sistema inmunológico y cause anemia, mientras que una exposición crónica podría causar leucemia y afectar al sistema reproductivo.
Ante este desastre, las autoridades chinas actuaron escondiendo la noticia durante 10 días, mientras que las autoridades rusas niegan que la capa haya llegado ya a su país, como avisó Mitvol.
Estos desastres provocan la indignación de la población, pero la falta de sindicatos libres en China impide a los trabajadores exigir mejoras en sus lugares de trabajo.
De los 14 mayores accidentes mineros ocurridos en el mundo desde 1990, ocho fueron en minas de carbón de China, siete de ellos con más de cien fallecidos y la mayoría por explosiones de grisú --un gas que desprenden las minas de carbón que al mezclarse con el aire se inflama y estalla.
Dos recientes catástofres lo demuestran: mientras llega a Rusia por río una capa de benceno de 80 km altamente contaminante que dejó escapar una explosión en una fábrica petroquímica del noreste de China el pasado 13 de noviembre, el balance de los muertos por una explosión en una mina de carbón el domingo supera los 160.
En una rara admisión pública de fracaso, el gobierno chino despidió el viernes a Xie Zhenhua, jefe de protección ambiental del país, diciendo que su agencia subestimó el impacto del enorme derrame químico que envenenó el agua de millones de personas.
El escape de las cancerígenas 100 toneladas de benceno, que se prevé lleguen a la primera gran ciudad rusa entre el 9 y el 11 de diciembre, podría tener consecuencias irreversibles a largo plazo.
Si el benceno llega al mar de Ojotsk, junto a la costa este de Rusia y el mar de Japón, ''el problema de toxicidad no sólo afectaría a Rusia y China'', subrayó Lyubov Kondrateva, experta rusa.
El número dos de la Agencia rusa de Vigilancia de los Recursos Naturales, Oleg Mitvol, pidió a las autoridades locales que prohíban la pesca y el consumo de pescado durante un año en la zona rusa afectada por el benceno.
Por su parte, la organización World Wild Fund (WWF) expresó su preocupación por los daños en el ecosistema de la región, en la que el bosque alberga animales y plantas en peligro de extinción, como los tigres siberianos, leopardos, osos asiáticos pardos y negros.
El benceno también podría perjudicar a largo plazo la salud humana, advirtió Kenneth Leung, ecotoxicólogo de la Universidad de Hong Kong.
Según la Agencia norteamericana de Protección del Medio Ambiente, basta un corto período de exposición al benceno para que cause desórdenes en el sistema nervioso, afecte al sistema inmunológico y cause anemia, mientras que una exposición crónica podría causar leucemia y afectar al sistema reproductivo.
Ante este desastre, las autoridades chinas actuaron escondiendo la noticia durante 10 días, mientras que las autoridades rusas niegan que la capa haya llegado ya a su país, como avisó Mitvol.
Estos desastres provocan la indignación de la población, pero la falta de sindicatos libres en China impide a los trabajadores exigir mejoras en sus lugares de trabajo.
De los 14 mayores accidentes mineros ocurridos en el mundo desde 1990, ocho fueron en minas de carbón de China, siete de ellos con más de cien fallecidos y la mayoría por explosiones de grisú --un gas que desprenden las minas de carbón que al mezclarse con el aire se inflama y estalla.
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